En
el año 1493, fue la primera isla que descubrió el almirante Cristóbal Colón durante
su segundo viaje; pero quiénes lograron colonizarla fueron los franceses que
levantaron una ciudad, la llamaron Roseau y todavía hoy es su capital. Después
de esas dos primeras etapas, antes mencionadas, dando un salto grosero de más de
un siglo, llegamos a la parte en que Francia sede sus poderes a la Corona Británica. Ahora
con otro salto del mismo índole
aparecemos en el presente donde encontramos que Dominica; isla y
república del Caribe, ubicada entre Guadalupe y Martinica, pertenece a la Mancomunidad Británica de Naciones.
En el siguiente mapa el banderín amarillo marca la ubicación geográfica de Dominica
En el siguiente mapa el banderín amarillo marca la ubicación geográfica de Dominica
En
la enciclopedia online Wikipedia dice: “Dominica no debe ser confundida con la República
Dominicana, otra nación caribeña”. Y yo no la confundí pero quien me vendió el
pasaje sí lo hizo y le estoy muy agradecido porque gracias a eso se creó una anécdota
maravillosa que yo cuento en mi segundo libro llamado: “La Llave”, y que a
continuación voy a publicar en esta entrada del blog. Pero antes de hacerlo
necesito ubicarles; el libro trata de un programa de radio que se llama: “Historias
a la Madrugada”, y en este caso el locutor utiliza esta historia real que como
tantas otras me pertenece. Muy bien, ahora que ya saben de qué va el tema,
vamos hacia ese trozo del libro donde el locutor tiene la palabra:
«En el tiempo que queda de programa y con vuestro
permiso los voy a entretener con una historia que cuenta un yerro mío. Hace
unos años, durante el invierno europeo me encontraba recorriendo de forma desordenada
el Caribe cuando un día llegué a la Isla de San Martín, una isla bonita que a pesar de
tener una superficie pequeña pertenece a dos países: Holanda y Francia. Allí
pasé unos días dorando mi piel en sus playas mientras disfrutaba de platos
excelentes a base de pescado y por la noche frecuentaba un sitio para echar
unos bailecitos. Así transcurrió el tiempo y llegó el momento en que consideré
que había obtenido todo lo que quería de aquel sitio. Necesitaba un cambio y me
apetecía visitar la República Dominicana para sentir como fluía el castellano
de entre los labios de las muchachas caribeñas. Entonces, me presenté en una
agencia de viajes y compré un pasaje. Durante el vuelo noté que el aparato no
cogía en la dirección que yo esperaba, pero en ese momento llegó la única
azafata, del avión con capacidad para veinte pasajeros, y nos entregó una
merienda. Estaba hambriento y pensé sonriendo: “Primero papeamos y después vemos”.
Comí, tomé mi café, me temía lo peor y no pregunté por no descubrir cuán grande
era el fallo. Llegó la hora, cinturones abrochados y aterrizamos en un pequeño
aeropuerto, la aeronave se detuvo y ni quería mirar por la ventanilla. Se abrió
la escotilla y bajamos a la pista; el sol y la lluvia habían consumido la
pintura que una vez indicaba el nombre del sitio sobre una cabaña; esa era toda
la terminal aérea. Allí nos esperaba un policía, el mismo que controlaba los
pasaportes. “Buenos días —dije y de inmediato pregunté—: ¿En qué parte de la
República Dominicana estamos?” Mientras que el guardia, de piel caribeña, ajeno
a mis palabras y en lengua inglesa me pidió el pasaporte. Se lo entregué, le
colocó un sello ilegible y para afuera de la casilla; para adentro del país. En
la calle, bueno en realidad era un camino, había algunas personas esperando por
su gente y con gentileza me dijeron que el pueblo, la capital de nombre Roseau,
se encontraba a menos de un kilómetro en la única dirección posible. Ustedes me
conocen saben que soy un vagabundo y no creo que estén pensando: “¿Ahora como hace
con todo el equipaje?”. Porque quien les habla como casi siempre que viaja, en
aquella oportunidad, iba con lo puesto y una pequeña mochila. Así, que sin
ninguna dificultad me di un paseo, llegué al pueblo, busqué un lugar donde
alojarme y encontré una pensión de nombre: “Mama Joy”. Increíble, podía llamar
por teléfono y decir cómo se llamaba el lugar donde iba a dormir, pero aún no
podía agregar en cuál país estaba. La propietaria era una señora de color,
gorda y de lo más simpática. Recuerdo sus expresiones, ¿ustedes saben cómo se
ponen los morenos cuando se asombran? Respuesta: con los ojos grandes y la cara
alargada con la perilla hacia adelante; pues de esa manera me miraba después de
oír mis palabras que ahora repito para ustedes: “Voy a coger la habitación,
pero no sin antes saber qué país es este”. Vaya a saber qué pensaba de mí
porque después de eso, el solo verme le hacía venir la risa. Estoy estirando
demasiado la incógnita y no es que quiera, es que fue así. Yo me presenté en
una agencia de viajes de la Isla de San Martín, para comprar un pasaje para viajar
a la República Dominicana. Pero la muchacha, posiblemente, no entendió mi pobre
francés y me vendió un pasaje para volar a Dominica, mientras yo que no suelo
prestar mucha atención a una serie de cosas, cogí mi documento de viaje y pasó
lo que les acabo de contar. Ahora volviendo a la situación en la posada, yo
también ponía de lo mío para extrañar aún más a la Señora Joy, que instantes
después de anotar mi nombre en el registro me encontró riendo solo en el salón.
Es que estaba recordando aquel momento tan repetido de la serie americana de “Los Tres Chiflados”, cuando uno de ellos cae a la bañera llena y dice en voz alta:
“¿¡Pero hoy no es sábado!? —Y responde—: ¡Qué más da!”, y continúa enjabonándose
por encima de su ropa. Pues, así hice yo, y me pasé tres días maravillosos en
aquel sitio.
Mi yerro me llevó a conocer un país más que en ese
momento no estaba en mis planes, sorpresas de la vida que destacan en el jardín
de los recuerdos.
Amigo de la madrugada a ti que te gustan los viajes despliega tus alas y vamos hacia aquel lugar del Caribe.
UNESCO |
Podemos decir que esta isla es una gran montaña con una carretera que la gira por la costa y nos invita a conocer sus playas salvajes, villas de pescadores y plantaciones de cocoteros. Otro camino la atraviesa por el centro y líneas secundarias hacen más extenso el paseo en coche por una selva tropical rozando la virginidad donde encontramos en Parque Nacional de Morne Trois Pitons Patrimonio de la Humanidad Por la UNESCO.
Lo oyen, es la música de los instrumentos del agua que baja de la cima confundida con el trinar de los pájaros. Espero que hayan disfrutado viajando conmigo, yo lo he hecho en vuestra compañía. Buen descanso, quédense con el aroma de las flores y el sabor de las frutas de Dominica y, como hoy es sábado, hasta la semana que viene.»
Fotos de aquel viaje, que como siempre recomiendo ampliar la pantalla para ver en detalles
Y como esta presentación ha sido muy atípica voy a cerrar con una película presentada en dos partes de los antes mencionados Tres Chiflados.
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