En
una oportunidad estaba dando un giro sobre Sudamérica mientras iba calculando
los desplazamientos para llegar a Río de Janeiro a tiempo para disfrutar del
carnaval. Por esa razón, con pena abandoné una situación maravillosa en una
playa del Caribe colombiano y crucé Venezuela, pero antes de dejar el
territorio de este último país comenzaron las curiosidades. En Santa Elena de Uairen, último pueblo antes de entrar en Brasil, funcionaba un activo comercio
de compra y venta de diamantes que enrarecía en ambiente. Había figuras muy
pesadas, estaba lleno de desalmados y un lugareño me dijo: “Si usted no está
metido en el rollo para que se va a quedar aquí a pasar la noche”.
Así
fue, no estaba en el negocio, por allí no eran bienvenidos los desconocidos y
varios se habían interesado por mi situación en el pueblo, entonces, cogí el
consejo y crucé la frontera. Del otro lado un taxi de larga distancia me llevó
hasta la ciudad de Boa Vista. En aquella época, estoy hablando de 1988, tenía
más de un millón de habitantes y no había una sola calle con asfalto. En el
hotel conocí a 2 muchachas inglesas magníficas y con ellas estuve recorriendo
el sitio. Allí también fue increíble, había almacenes que vendían todos los
elementos para colar las aguas en busca de oro y en todas las tiendas tenían balanzas
y aceptaban los pagos con trocitos de metal precioso. La situación se salía de lo
común, pero no parecía anormal, hasta que las inglesas conocieron a un piloto
de un avión ultraligero que llevaba a los garimperiros (buscadores de oro) a
las zonas de trabajo y nos contó un puñado de situaciones donde sin excepciones
todas terminaban en asesinatos. No había duda de que lo que decía era cierto y
a confirmarlo fueron mis compañeros de autobús en el que viajamos de Boa Vista
a Manaos. La mayoría de ellos regresaba después de buscar garimpeiros
desaparecidos o a reconocer el cadáver de alguno que había venido a buscar
fortuna con el oro.
Sin
leyes, ni reyes; en aquellos tiempos así estaba la famosa ciudad que se levanta
en la confluencia del río Amazonas con el Río Negro, donde había muchas
oportunidades y la vida en algunos ambientes no valía nada. Por fortuna, días
pasados en Tabatinga, a unos cientos de km amazonas arriba un señor de la ciudad que estaba por
negocios por allí me dijo que en Manaos las cosas habían mejorado mucho. Les
recuerdo que Manaos fue una ciudad riquísima en los primeros tiempos del
caucho. En su ópera cantó el mismísimo Caruso y la clase acomodada tenía por
costumbre encender los puros con llamas de billetes.
Otras
curiosidades más actuales, en este caso, de mi trayecto anterior sobre el bus
son que cruzamos por algunos puentes de troncos que todavía no me explico como
lo conseguimos y, además de eso, nos detuvimos en un monumento que recordaba a
unos sacerdotes, asesinados por los mismos indios a los que llegaron para
civilizar.
En
Manaos embarqué con destino a Belém, 4 días completos navegando aguas abajo el río
Amazonas que se pasaron de forma amena. Viajábamos unos 200 pasajeros que se
iban renovando, cada uno había colgado su hamaca y allí dormía hasta que lo
despertaba el alba. Todavía recuerdo con alegría los rostros de los compañeros
de viaje.
Tenía
que acelerar porque el carnaval se acercaba deprisa y, además, a pesar de que
todo valía muy poco yo había exagerado con los gastos. Entonces, con mucha pena
en Belém vendí la cámara fotográfica y abordé un autobús rumbo a Río de Janeiro.
55 horas de viajes daban para todo, recuerdo que incluso conseguí novia.
Cuando
llegamos a la laguna y el bus cogió el puente que une Niteroi a Rió de Janeiro, la vista era preciosa; entonces, recuerdo que aspiré profundo y relajado y a la vez excitado repetí en varias oportunidades: "¡Por fin estoy aquí!"
Río
recibe al visitante, con sus playas y sus famosos barrios costeros: Copacabana,
Botafogo, Ipanema y Flamengo. Yo siempre paro en este último porque está cerca
del centro y la arena.
Subir al Cristo para admirar la ciudad, la bahía y el famoso Pan de Azúcar es típico. Además de eso hay un puñado de excursiones a disposición, e incluso es posible conseguir un guía que les lleve de visita a una favela.
Para disfrutar del siguiente corto, que trata del carnaval de Río, se recomienda agrandar la pantalla
Subir al Cristo para admirar la ciudad, la bahía y el famoso Pan de Azúcar es típico. Además de eso hay un puñado de excursiones a disposición, e incluso es posible conseguir un guía que les lleve de visita a una favela.
Para disfrutar del siguiente corto, que trata del carnaval de Río, se recomienda agrandar la pantalla
El
carnaval de Río se vive en las calles, los clubes y se define en el sambodromo
donde desfilan las escuelas que cuentan, cada una, con unos 3000 integrantes y
media docena de carros alegóricos para ser evaluadas.
Un
puñado de días frenéticos en los que, al menos una vez, tomando las precauciones
necesarias, todos deberíamos participar.
A continuación aparecen otros enlaces de este mismo blog que conducen a otros sitios de Brasil:
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